Cincuenta tacos cumplidos. Buen momento para levantar el periscopio, desarrollar una mirada larga y hacer recuento de efectivos. ¿Estadísticamente lo que me queda es la cuesta abajo? No tiene por qué, lo lógico sería pensar que lo vivido haya servido para saber degustar más esta increíble experiencia que hemos dado en llamar vida y para conocerme más a mí mismo. ¿Suena esto a palabras de pureta? Pues claro, coño, ¿a qué va a sonar si no?

Llega la hora de hacer balance de lo vivido y aprendido. Me detengo en este último término: «aprender». Aparte de a escribir libros extremadamente poco vendidos, ¿yo qué he aprendido en estos cincuenta años? Sé que mucho menos que lo que todavía espero meter en mi cabeza y en mi corazón, porque ahora trato de aprender con menos prisa y soberbia. Deseo hacerlo desde la observación y el sosiego. Busco iluminación… y entonces aparece la figura de un guerrero indomable, un titán de la paciencia y la ternura. Un ángel que está entre nosotros para iluminarnos. Mi amigo Andrés.

Ahí lo tienen en la foto. Sonriente y agradecido, como es él. Andrés es de mi quinta, pero todavía luce la sonrisa de un niño bueno, de uno al que no hay que explicarle que es mejor dar que recibir, porque esa información ya la traía de serie y jamás la ha olvidado. Me descojono de los que se quejan de sus «grandes» problemas, yo incluido. Es cierto que todos pasamos por pruebas que pueden ser muy hijas de puta —vuelvo yo a meterme en la lista—, pero lo de mi amigo Andrés se lleva la palma. Por muchísimos menos motivos que él, muchos  —de nuevo me señalo a mí mismo— quizás nos habríamos tirado por una ventana o, cuando menos, estaríamos todo el día en la queja, el lamento y la mala hostia.

Andrés no. Este superviviente ejemplar, con más cojones que el caballo de Espartero, permanece equilibrado y agradecido a Dios. Desde su atalaya en San Juan de Alznalfarache —apunten ustedes la residencia Regina Mundi como lugar idóneo para sus donaciones—, ahí sigue el tío dando lecciones de vida como panes y regalando energía vital. Para el que quiera sincronizarse y vibrar alto, claro.

Tengo mucha suerte. Andrés es mi amigo.

 

Foto: Borja Amo.