En la vida es muy importante conocer las propias motivaciones para no caer en la pérdida de perspectivas y la robotización. Funcionar como un autómata no suele proporcionar resultados apreciables. Por este motivo, me apetece poner negro sobre blanco los factores que han determinado que haya recorrido Cuba y pasado noches (casi) en vela redactando, documentando y corrigiendo.
Para expresarlo, recurro al gran Rainer María Rilke en su Cartas a un joven poeta: «Una obra de arte es buena cuando surge de la necesidad. En esta cualidad de su origen reside su juicio crítico: no existe otro. Por eso, mi muy apreciado señor, no sé darle otro consejo: camine hacia sí mismo y examine las profundidades en las que se origina su vida. En su fuente encontrará la respuesta a la pregunta de si debe crear. Acéptela tal como venga, sin interpretarla. Quizás surja la evidencia de que usted está llamado a ser artista. De ser así, acepte ese destino y sopórtelo con toda su carga y grandeza, sin esperar recompensa que pueda venir de fuera: el creador ha de ser un mundo para sí y lo ha de encontrar todo en sí mismo y en la Naturaleza con la que se ha fundido. Pero quizás, tras ese descenso a sí mismo y a su soledad, deba usted renunciar a ser poeta (basta con que sienta, como le he dicho, que podría vivir sin escribir para que ya no le sea permitido en absoluto hacerlo). Pero también, este recogimiento que le he brindado no habrá sido en balde. Sea lo que sea su vida, a partir de aquí acertará a encontrar sus propios caminos. Y yo le deseo, más allá de lo que le he podido expresar, que sean propios, ricos y amplios».
No digo yo que haya parido una obra de arte. Más bien he pretendido resultar incómodo. Pero algo del mensaje de Rilke sí que ha existido. Me refiero a lo de la necesidad absoluta de hacer algo. Yo sentí la inflamación.