Trataré de ser concreto. Hay un futbolista del Real Betis que hoy ha sido declarado inocente en un juicio por posible maltrato a su expareja. Vivimos en una sociedad hipócrita donde la hombría es un bien altamente escaso, de tal forma que se critica sin conocimiento verdadero y a favor de lo que se considera políticamente correcto. Práctica asquerosa. Me explico en las siguientes líneas.
El tal futbolista absuelto es Rubén Castro, tipo al que no conozco personalmente más allá de los muchos goles que suele anotar. En febrero de 2015, Karlos Arguiñano (popular cocinero presentado en los medios como un tipo presuntamente afable y bonachón), dijo lo siguiente en su programa televisivo de máxima audiencia: «El otro día, en un partido de fútbol, algún futbolista del Betis que ha debido tener un comportamiento violento con su pareja… Y los aficionados aplaudiendo, vitoreando al maltratador. Me parece, me parece terrible. El fútbol hay días que me enerva, o sea, la violencia que se crea a veces en los campos de fútbol. Yo pienso en los niños y he ido siempre con ellos al fútbol y no sé si ahora iría. Hay mucha violencia, mucha, desproporcionada. Una cosa es que en el fútbol puedas gritar o desahogarte y otra cosa es que vitoreemos al maltratador, por favor. Y que los árbitros no tomen medidas…”. Traducción: el chef vasco se suma al bienquedismo de estar en contra de la violencia de género; no quiero pensar que lo hace porque está de moda. ¿Conoce usted a alguien que en su sano juicio esté a favor? Yo estoy absolutamente en contra, pero no lo aireo y señalo a alguien sin disponer de prueba alguna. Por pura prudencia.
Bien, sepan ahora que el mismo Arguiñano ha manifestado en TV3 en 2017 que «he tenido amigos en ETA y amigos a los que ha matado ETA. Me he comido marrones de una manera bestial». Es decir, un tipo tan escrupuloso como para parecerle terrible que la masa aplauda a un futbolista investigado (no condenado), no tiene problemas en admitir su amistad con gentuza que ha dejado sin vida a casi un millar de personas. Seguro que me dejo algo en este análisis, pero ambas declaraciones, puestas una al lado de la otra, chirrían.
Hasta el momento de escribir este artículo, no he leído disculpa alguna del tal Arguiñano por su atrevimiento verbal. Todos metemos la pata y quiero pensar que se desdirá. Espero que tenga el decoro de retractarse y empezar a mirar la viga en el ojo propio. Mientras tanto, creo que me cuidaré de ir a comer alguna vez a su carísimo restaurante.