El próximo uno de octubre espero estar en Cuba (Dm), patria originaria de la bandera que hoy, convenientemente tuneada, representa al independentismo catalán. Sinceramente no sé qué va a ocurrir ese día. Por apostar diría que no habrá consecuencias reales inmediatas en cuanto a una escisión, pero se habrá estado tan cerca que puede que no quede más remedio que buscar una solución negociada de igual a igual, porque una parte se habrá empequeñecido tanto y la otra habrá aumentado de tamaño cual tumor. Llegar a este punto tan surrealista en el que un Estado (la nación más antigua de Europa) lleva años financiando su propia implosión se debe, entre otros muchos factores, a los siguientes:
- Pasqual Maragall decidió en 2003 dar un volantazo al PSC y descarrilar a un tripartito en el que traicionó a su propio electorado y asumió el ideario de ERC, lo que desembocó en el Pacto de Tinell y en una dialéctica falsaria en la que se habla abiertamente de dos legalidades, la española y la catalana, cuando según la Constitución (votada también por los catalanes), sólo hay una legalidad posible, la que reside en todos (he dicho todos) los españoles. El PSC huyó hacia adelante y apostó por un imposible para sobrevivir: el federalismo asimétrico, lo que es inviable por defecto, ya que lo federal es la unión entre iguales y no entre desiguales. Se abrió la puerta a una temeraria reforma del Estatuto que no había sido ni propuesta por Pujol. Zapatero anunció que acataría lo que se decidiera en Barcelona (aun antes de haberse decidido nada) y pronunció aquella memez de que la nación (española, se entiende) «es un concepto discutido y discutible»… siendo él el presidente del país en ese momento. ¿Un chimpancé con un rifle? Poco más o menos lo mismo.
- Los nacionalistas catalanes, muchos de ellos amantes del tres por ciento, vieron pista libre y aceleraron su discurso incendiario hace seis años con Mas en el poder. Mariano Rajoy demostró en su primer mandato (con abrumadora mayoría absoluta) cuán cobarde, vago y soberbio se puede llegar a ser. La inacción por bandera. Consolidó un duopolio televisivo (en un país con un minúsculo índice de lectura) con tufo de ilegalidad que ha cimentado un discurso público en el que alguien que desobedece la ley y gasta mis impuestos en abrir embajadas catalanas por el mundo no es reprobable. Su principal propósito ha sido posicionar a Pablo Iglesias para fracturar la Izquierda y fijar un candidato que asuste, de forma que el votante apestado del PP (Gürtel etc) regrese al redil buscando el mal menor. Mientras tanto, Ciudadanos se ha diluido y sólo espera elecciones para asegurar mamelas y Podemos es un partido a la contra de todo menos de la Venezuela de Maduro. Más leña al fuego.
Tengo la sensación de que la sociedad catalana se ha fracturado de forma artificial, puesto que hasta no hace mucho la posible independencia no parecía un problema fundamental para la mayoría. Todos los gobiernos de Madrid, desde Suárez, han alimentado el caldo de cultivo a base de ceder impuestos y poder, mirar para otro lado e ir al plazo corto. Ahora bien, si esto que sucede ahora es un golpe de Estado, dialogar con los golpistas es una solución de opereta. Nunca se ha visto en la Historia que a un acto de fuerza se responda con campanudas declaraciones de ilegalidad que no van a ningún lugar.
Inciso: yo sí creo que aunque la Historia diga que nunca existió la Cataluña independiente que algunos reclaman de forma romántica, todo el mundo tiene derecho a querer ser lo que desee. Por supuesto. Ningún problema, siempre que se acometa por los cauces legales. Y a cuenta de lo que se puede o no hacer, lanzo una consulta al aire: si hemos de aceptar que una parte (los catalanes) decidan de forma vinculante sobre una cuestión que atañe a todos (la partición de España), habrá de convenir quien eso defienda que la misma tesis se le aplique a él. Es decir, si en un referéndum gana el sí a la independencia, pero los votantes de, por ejemplo, Barcelona capital apuestan por el no, lo democrático (que todo sea votable ad infinitum como defiende el cacareado Derecho a decidir) será permitir que esa ciudad siga siendo parte de España. El derecho a decidir no puede ser la ley del embudo, ¿verdad?
Último apunte: si hemos alcanzado esta situación de división es culpa de todos, no sólo de los gobernantes. Porque nosotros, usted y yo, hemos permitido que nos formen estos líos.