Llevo un rato tratando de contactar con mis amigos que residen en Barcelona para asegurarme de que se encuentran bien. No describiré lo que ha sucedido hoy 17 de agosto de 2017, porque ustedes ya sabrán. El atentado me produce una reflexión triste y pesarosa. Es cierto que cualquier acto de depravación merece una reacción contundente y efectiva (el derecho a la autodefensa), pero cuando te toca de cerca parece que duele más. Somos así.
La reflexión será breve. No trato ahora de encontrar el origen de esta demencia del daño gratuito al prójimo, su (sin)razón histórica y social, ni de señalar toda la inacción e inútiles minutos de silencio (quizás demasiada gente incapaz de entender que a veces la lucha es obligada) que nos han llevado a este punto. El otro día una buena amiga me refirió algo interesante. Me dijo: «El ser humano es el único ser viviente en la Tierra que es capaz de preocuparse por un igual sin conocerlo. Yo misma puedo sentir una íntima conexión con alguien del extremo Oriente sin que nunca nos veamos en persona». Fascinante, pensé. No había reparado en ello.
Viendo lo que ha sucedido hoy, es obvio que también el ser humano (algunos especímenes) es el único ser viviente de este planeta capaz de organizar en frío la mejor manera de sesgar la vida de gente a la que desconoce por completo, sin que medie la necesidad de cazar para buscar alimento. Es la psicopatía llevada al extremo. ¿Cómo un inocente bebé es capaz de involucionar hasta convertirse en semejante bestia?
Impotencia.