Hace unos pocos días celebré mi cumpleaños. Un buen momento para pararse y entender cuáles son los verdaderos motivos para realizar algo festivo con una solemnidad merecida e ir más allá de una costumbre social hueca. Por algún motivo, pensé que era el momento adecuado para salirme de la fila y recogerme a pensar. Paseo cerca del mar y lentejas para comer. Teléfono apagado en casa y mirada al interior.
Quizás la única pregunta adecuada que me surgió era evaluar si, con honestidad, podría decirme a mí mismo que era un año más sabio que el anterior: es decir, si había empleado bien los doce meses para conocerme mejor y no sólo para acumular experiencias con las que llenar conversaciones en los bares. La respuesta fue un sí… pero no. De acuerdo, algún avance significativo se ha producido, principalmente por el desgaste que supone entender ese Nuevo Orden Mundial al que vamos montados en un cohete. El rechazo por el evidente desagrado que se origina al ver la trampa te obliga a cambiar el punto de mira y observar el mundo interior antes que el exterior. Se agradece, por tanto, el calentón que al que nos someten: ensancha las vías de comprensión en torno a lo que pregonaba el Oráculo de Delfos: «Conócete a ti mismo». Ahí está todo.
Sin embargo, he de admitir que podría haber aprovechado mucho mejor el pasado año para no caer en el lamento al juntar las piezas de cómo funciona el mundo, sino en la fortaleza y la compasión. Una nueva oportunidad se presenta de aquí a junio de 2023. Me pido un plato de lentejas, elaboro una pequeña lista de deseos-retos a cumplir y me dejo fluir. Será lo que Dios quiera. Tranquilidad.