Hace algunos años yo era de los (ilusos) que todavía piensan que todo-suena-igual y que esta-gente-grita-y-no-se-entiende-nada en relación al Carnaval de Cádiz. Afortunadamente me caí del caballo a tiempo y comencé a apostolar por este «Arte Mayor para una Chusma Selecta». Entre algunos otros, fue Juan Carlos Aragón quien abrió mis ojos. Todavía recuerdo cuando en 2007, en el foso del Gran Teatro Falla, me quedé atónito, pasmado, literalmente emocionado al presenciar en directo la presentación de Araka la Kana. Un mundo de sensaciones se destapó ante mí. Más de una década después, hace tan sólo unas semanas, llegué a intimar con JC. Un proyecto de nuevo libro y la coincidencia de dos diagnósticos inesperados nos unieron. 

La vida puede evaporarse en un suspiro. Sinceramente, todavía me encuentro impactado y no sé qué debo aprender de haber congeniado brevemente con Juan Carlos, justo antes de que nos haya dejado. Trataré de recapitular para ver hacia dónde me llevan mis pensamientos: un día, hace muchos meses ya y sin previo aviso, recibí un mensaje al teléfono desde un número no registrado: «He abierto tu libro por una página cualquiera y me he trasladado literalmente a Cuba. Estoy en Cienfuegos. Voy a seguir leyendo. Felicidades». Nuestro amigo en común Fede Quintero le había regalado Hasta el mojito siempre, mi libro sobre la isla caribeña a la que el Capitán Veneno se fue de luna de miel y que tanto le inspiró. He de reconocer que este mensaje me emocionó.

Me emocionó porque cada año, desde hace unos cuantos, espero con ilusión qué propuesta carnavalera nos trae JC. Coincido bastante poco con su criterio en muchísimas cuestiones, pero intelectualmente es (permitan que siga usando el presente) superlativo, un gigante. Pues bien, una cosa llevó a la otra y los dos quedamos citados en Cádiz, dónde si no, durante la pasada Navidad. Él tenía dos, incluso tres, proyectos de próximos libros y les dimos una vuelta. Por el camino hablamos de Filosofía, una pasión común de ambos, de cómo está la enseñanza, de que tenía decidido ponerle Silvio de nombre a su niño que venía en camino, de la vida, de cómo organizaba su colega el Canica la gestión de la web de su comparsa, de lo sublime y de lo mundano… En aquel momento no supe si llegaría a publicar su próximo libro (no es un autor fácil), pero me sentí muy feliz por el encuentro. Percibí que habíamos conectado.

Un par de meses más tarde volvimos a quedar para avanzar. También en Cádiz. Ya estaba decidido que el manuscrito se titularía El Carnaval sin mí y que sería un ensayo juancarliano, es decir, sin concesiones ni medias tintas sobre hacia dónde se encamina la mejor fiesta popular del mundo y, de paso, tratar de entender qué demonios le ocurre a esta sociedad, intuir su futuro. Leí con ilusión unas cuantas páginas que JC ya había redactado a modo de boceto: iba a disponer de tiempo por el permiso de paternidad y meditaba no sacar comparsa en 2020. «Quizás una chirigota gamberra, en plan callejera, que eso me sale solo y no me atrapa». Volví a disfrutar muchísimo las casi tres horas de charla con él. Da gusto hablar con alguien tan inteligente, sagaz, sin melindres. Una persona moral, alejada de la masa y la muchedumbre. Especial.

Ahí nos quedamos, pendientes de rematar temas de contrato, fijar plazos y poner el proyecto en marcha. Lo siguiente que recibí suyo fue una foto junto con Luisa y Silvio. Los tres estaban radiantes. Unos días más tarde me llegó una mala noticia en forma de diagnóstico. Para mí. Superado el shock inicial, se lo comenté en privado a algunos interlocutores con los que tenía asuntos de trabajo en común: durante un tiempo estaría fuera de combate. JC tardó un poco en responderme y me dijo que a él le había tocado otra cosa, pero todavía peor. Me estremecí, tanto que no quise ni creerlo. Literalmente hice como el avestruz, miré a otro lado. Muy pocos días después me enteré de toda la dimensión de la pésima noticia. Volví a temblar.

El pasado viernes se consumó la tragedia. Todavía estoy tratando de digerirla y de entender qué debo aprender de esta fugaz experiencia con una persona a la que me hacía tanta ilusión conocer y que tan poquísimo tiempo pude disfrutar. No me quiero precipitar. En algún momento me llegará la epifanía. De momento, reivindico mi derecho a estar triste y a cantar en memoria de Juan Carlos ese estribillo que le confesé que es mi favorito:

Capitán, tu veneno secreto soy yo.
Es verdad, y el capitán respondía:
«Pero si el veneno de tu amor
llegara hasta matarme un día,
esos venenos que yo llevo
dentro de mi corazón,
ay, me devolverán la vida». 

 

La foto está tomada del portal eldesmarque.com