Tengo un amigo escritor al que le va muy bien con sus libros. Con esto quiero decir que se siente satisfecho de lo que hace y que le entra algo así como un sueldo de forma recurrente por las regalías de sus obras. ¡Ojo! Esto es algo que el 99,99 de los que escribimos no rozamos ni de lejos. Pues bien, este amigo mío me insiste en que eche mano del famoso Chatgpt para «las tareas de poco valor», de forma que me pueda centrar exclusivamente en mi «faceta creativa». Yo le respondo que no.
¿Por qué lo hago? No me considero un cavernícola con los ojos cerrados al progreso. Simplemente, entiendo que no se puede delegar a la máquina lo que consideramos que se trata de una expresión artística —la literatura— que busca, en definitiva, tratar de entender la condición humana desde las historias. Insisto: no me considero un cabezota amante de lo analógico. Por supuesto que utilizo buscadores para identificar documentación para mis libros, pero interpreto que debe existir un límite. El que algo pueda hacerse no significa que deba hacerse. Por ejemplo, el ser humano puede construir una bomba que reviente el planeta (de hecho, en eso está…), pero no es una buena idea que ese artefacto exista. Imagino que estaremos todos de acuerdo en eso.
Volvamos a lo de la inteligencia artificial, ese oxímoron. No seré yo el que entrene a la máquina para que me acorte mis horas de trabajo como escritor. ¿Tiene algún sentido regalar tus ocurrencias, tus sueños, tus visiones… a una máquina para que integre todo en su base de datos? ¿Dónde queda la privacidad? Siguiente pregunta: ¿para qué utilizará luego tantas historias que definen patrones de comportamiento? ¿Empleará todo su arsenal de logaritmos en facilitar una sociedad más justa y bondadosa o en una más controlada? ¿Llegará el momento en el que se imponga al hombre por su imbatible velocidad de análisis de probabilidades? Levanten la vista y díganme si lo que ven en el mundo es amor y concordia… o todo lo contrario. ¿Los que están en la cúspide de la tecnología —de la que cada día somos más esclavos— son filántropos desinteresados? ¡Ejem!
De sobras sé que mi rechazo a usar la dichosa IA equivale a una gota en el océano. En cualquier caso, yo seguiré en mi trinchera por convicción. No me agrada tener una conversación privada sobre cualquier tema, el que sea, y que al rato me aparezca un anuncio específicamente relacionado con mi conversación. Es más, si se tratara sólo de eso, me basta con no comprar lo que sea que me ofrezcan. Lo malo es que me temo que esas publicidades casuales sólo reflejan un miserable porcentaje de lo que se nos va a venir encima con el conocimiento predictivo de la máquina. Ojalá me equivoque.
Pues hete aquí, otra gota en el océano: yo también detesto esa I.A. que es acertado que la hayas calificado de «oxímoron», ya que en ese binomio sobra la palabra «artificial», o sobra la palabra «inteligencia».
¿Cómo podría negar que una máquina pueda facilitarnos un trabajo manual? ¿Alquien duda de que las lavadoras han superado, con creces, aquellos duros lavados a mano, que a veces dejaban las manos ensangrentadas?
Pero ¡qué peligro es pretender que una máquina vaya a entrar en nuestro cerebro para ocupar el papel de la mente y sustituirlo por algo que no pertenece al plano físico, sino a ese otro mucho más sutil llamado INSPIRACIÓN!