Permitan ustedes unas líneas de opinión sabatina en relación a la polémica suscitada en relación a un posible cambio en el calendario para festejar el día de Andalucía. El actual, ya lo saben, es el 28 de febrero, porque es la fecha en la que se votó el referéndum para el Estatuto de Autonomía andaluz. Vaya por delante que me siento tremendamente orgulloso de haber nacido en esta tierra. Simplemente deseo poner de relieve un par de aspectos para llamar la atención sobre lo sencillo que puede ser caer en la manipulación.
Leo y escucho opiniones acerca de que es un atentado al orgullo e identidad andaluces el plantear una modificación de la fecha del día ¿patrio? (no sé si es el término apropiado). Es enredar absurdamente, no creo que venga a cuento, con la cantidad de urgencias que hay que acometer, abrir un debate estéril sobre esto, pero quizás sería conveniente recordar que lo que se conmemora el 28 de febrero es… un triunfo fraudulento. Sí, han leído bien. La aprobación del Estatuto fue un fraude, puesto que se había establecido por ley que era necesario que al menos se contabilizara la mitad más uno de los votos por provincias con un sí. Y, mire usted por dónde, en Almería no se logró semejante proporción. Así que lo legítimo habría sido atender a la voluntad popular y no autorizar la puesta en marcha del citado Estatuto. De hecho, tampoco en Jaén se consiguió el sufragio necesario, aunque por un margen mucho menor. Enjuague al canto y aquí no ha pasado nada.
Quedaba, como les digo, el inconveniente de Almería. Aquí el resultado era inapelable: de los 285.139 censados con derecho a voto, sólo votaron a favor de la autonomía 119.550. ¿Qué se hizo? Pues a propuesta del PSOE (grandes presiones), saltarse la legalidad. Se dijo: «Previa solicitud de la mayoría de los Diputados y Senadores de la provincia o provincias en las que no se hubiera obtenido la ratificación de la iniciativa, las Cortes Generales, mediante Ley Orgánica, podrán sustituir la iniciativa autonómica prevista en el artículo 151 siempre que concurran los requisitos previstos en el párrafo anterior». Blablablá.
Por cierto, que el referéndum andaluz supuso la puntilla para la decadente UCD, que fue la que formalizó la convocatoria… pero pidió la abstención. Recuerdo que ficharon a Lauren Postigo para unos anuncios televisivos lamentables: «Andaluz, éste no es tu referéndum». Lo curioso es que en puridad venció la tesis ucedista, puesto que la altísima abstención en Almería (más de un 48 por ciento) hizo que en esa provincia no ganase el sí. Pero, al final, los que fueron refrendados por las urnas acabaron en el abismo y los perdedores en envolvieron en la bandera blanquiverde para presentarse como vencedores morales. Y no hubo mucho más que hablar.
Interesante historia, ¿no creen? Todo en ella es cierto. Como también lo es que el llamado padre de la Patria Andaluza, Blas Infante, anotó en su Corán personal unos comentarios muy comprensivos en relación a una actitud yihadista… pero, como acabó siendo fusilado por falangistas (cuyos descendientes apuntan, qué curioso, a las principales familias socialistas que han manejado largamente el poder al sur de la Península), pues se convirtió en un mártir. Caso similar al del Companys, aunque el catalán incluso llegase a aplaudir la anexión de los sudetes por los nazis como muestra de la «autodeterminación de los pueblos»… Ni ataco ni censuro a Infante; sólo destaco un aspecto del estandarte del andalucismo que los defensores de la restauración de Al Ándalus en África están deseando poner en valor.
En fin, que cada uno defienda lo que le parezca bien en relación a los símbolos de su tierra, yo cada día estoy más confundido al respecto, pero no está de más realizar pequeñas investigaciones históricas de lo que nos venden. No vaya a ser que gente bienintencionada piense que está defendiendo Andalucía y, en realidad, vaya partiéndose la cara por un fraude electoral. Andalucía es mucho más.