Hoy es el día de Andalucía. Puede ser un momento apropiado para compartir algo del manuscrito base (sin terminar) del nuevo libro de viajes-periodístico-ensayo político-póngale usted el nombre que quiera que llevo un año armando:España en el punto de mira para tratar de entenderla metiéndome en todos los charcos que encuentre por el camino. Creo que estaré orgulloso del resultado y que estará alejado de la equidistancia calculada. Si abre puertas al debate, me daré por satisfecho. Aquí va un pequeñísimo trozo de ese manuscrito que todavía requerirá algunas vueltas de corrección y documentación. Confío en que les agrade y sirva para ir abriendo boca de lo que se viene…
El cabo Rafael me facilita su correo electrónico personal por si requiero alguna información extra (detallazo) y se sirve a acompañarme a la cercana parada de autobús ubicada en la puerta del mercado municipal, donde tomo el número siete en dirección a la frontera de El Tarajal. He leído que en el mundo no existe otro paso fronterizo con mayor desproporción de PIB a ambos lados de la raya, lo que indiscutiblemente significa tensión. Antes de acudir, he telefoneado a un amigo con el que estudié Secundaria y que ahora mismo trabaja como guardia civil, en muchas ocasiones enviado a custodiar la famosa valla que separa España de Marruecos. Ya se sabe que desde el calor de la barra de un bar de, pongamos por ejemplo, el barrio de Malasaña en Madrid, resulta bien fácil ejercer de buenista y soltar el discurso de “habría que tratar con derechos humanos a los inmigrantes que intentan saltar la valla; nada de agresiones ni de violencia”. Obviamente, tales palabras suenan genial a todos los oídos, pero ¿es posible defender una frontera con palabras y sin ejercer la fuerza física? Mi amigo picoleto (omito su nombre) tiene la respuesta: “Es una injusticia absoluta que se nos señale como si nos excediéramos en el uso de la fuerza. Nosotros sólo cumplimos órdenes y además resulta que la ley española es ambigua en extremo y su aplicación depende de lo que nos diga el responsable que tengamos al mando en cada momento. Así como lo oyes. La madre del cordero son las devoluciones en caliente: ¿la última frontera española es la propia valla o sirve como tal una línea de agentes que colocamos después? Pues, insisto, depende de lo que nos diga cada jefe en cada momento: a veces se entiende que es una cosa y a veces otra. Y luego las críticas son para nosotros…”. Pues qué quieren que les diga, tiene toda la razón.
La Disposición adicional décima en régimen especial de Ceuta y Melilla para la Ley Orgánica 4/2000 de once de enero sobre derechos y libertades de los extranjeros en España y su integración social señala lo siguiente: “Los extranjeros que sean detectados en la línea fronteriza de la demarcación territorial de Ceuta y Melilla mientras intentan superar los elementos de contención fronterizos para cruzar irregularmente podrán ser rechazados a fin de impedir su entrada ilegal en España. En todo caso, el rechazo se realizará respetando la normativa internacional de derechos humanos y de protección internacional de la que España es parte…”. Se ve que la normativa es bastante humo; no aclara cómo se puede concordar el rechazo a la entrada de ilegales con el respeto a los derechos humanos. Simplemente no es posible, igual que no lo es echar con buenas palabras a un okupa que se ha apropiado de tu casa. Aquí sólo hay dos opciones: anular la frontera y que pase todo el que quiera o defenderla con la fuerza. No hay más. Es lícito apostar por la primera vía, cual John Lenon, pero el que lo haga debe tener claro que cuando esté ordenando una cerveza en su bar favorito de Malasaña, de regreso a casa se encontrará con cientos, miles de subsaharianos que han llegado con una mano delante y otra detrás a buscar prosperidad y que necesitan comer, atención médica, ropa, un techo… Si el cervecero malasañés está dispuesto a sacrificar su entorno de seguridad y confort burgués occidental para ser coherente con su defensa de los derechos humanos en las fronteras, no habrá problema alguno. Pero, ay, es muy fácil hablar, sentirse moralmente superior con la conciencia limpia mientras se critica a los guardias civiles, pero es menos fácil compartir los propios recursos (y la vivienda) con aquéllos con los con los que dices solidarizarte. Convengamos en que el mundo está montado pésimamente y que el reparto de los recursos es una atrocidad, pero moralinas baratas no, gracias. Seamos un poco más maduros.
El guardia civil sentencia la cruda realidad: “A ver, un chico que llega a la valla después de recorrer cientos, miles de kilómetros jugándose la vida, no se va a dar media vuelta porque le digamos con un megáfono que no puede saltar la valla sin permiso. Lo que en realidad pasa es que nos tiran piedras y de todo, algunos incluso se lanzan desde varios metros de altura para tratar de romperse un hueso y que nos veamos obligados a prestarle ayuda humanitaria para que por tanto ya se quede en territorio nacional… Tal es el grado de desesperación de la gran mayoría. Aparte está el asunto de las mafias que controlan el tráfico de personas, porque no hay que olvidar que todo esto es un gran negocio para muchos indeseables”.
PD: la foto es de Pressdigital.