La exhibición de un moribundo
Vamos al turrón. Alicia, tras dejar a deber más de una decena de favores personales, consiguió acceder al jefe de producción de programa de Johnny Allen y lo convenció para que accediera a que Rutkowski (sólo él) fuera entrevistado por el célebre animador televisivo. El anzuelo echado para lograr esa proeza fue exponer el extenso currículum del Profesor, como autoridad literaria medianamente aceptable, y venderle una aparición en la televisión como un pequeño circo que serviría para dar una buena tunda científica a una vieja celebridad extravagante que había publicado un libro ridículo que defendía postulados negacionistas ante el sólido discurso oficial.
Alicia dio luz verde para que le dieran un repaso a su autor, confiada en que, en cualquier caso, era mejor que El Manifiesto Negacionista sonara de alguna manera, aunque fuera para ser tildado de panfleto para majaderos. «Mejor eso que nada. Siempre es preferible un poco de ruido mediático que el silencio sepulcral. Quizás habría lectores interesados en ver qué argumentaban los tipos que habían perdido el juicio y que se negaban a aceptar evidencias contrastadas por las autoridades sanitarias». Es lo que pensaba la gaditana para tratar de salvar unos números de venta realmente irrisorios, que estaban comenzando a poner de los nervios a su jefe directo en la editorial.
De este modo, el Profesor recibió una invitación para desplazarse a Nueva York y participar en una teórica entrevista promocional de su libro. Los guionistas del programa perfilaron con el viejo todos los detalles de un encuentro guionizado al milímetro para que Allen quedase ganador siempre y deslizase con habilidad algunas perlas en las que la versión oficial aparecería como la consistente… y la contraria como algo insustancial, propia de mentes averiadas. Lo que viene siendo una encerrona en toda regla. Rutkowski, gran veterano en estas lides, lo vio venir de lejos al comprobar qué tipo de cuestiones debía responder a los productores para preparar su intervención. Como reportero baqueteado hasta la médula, se hizo un poco el ausente, lindando con la chifladura, y se mostró dispuesto a colaborar en todo, apresurándose a dar las gracias media docena de veces por la gran oportunidad que suponía disponer de unos cuantos minutos en el espacio dirigido por «el mejor comunicador del momento». Su trola y apariencia de pardillo pasado de revoluciones por el excesivo consumo de drogas durante muchos años coló. En realidad, el Profesor era una cobaya magnífica para el Sistema, con la intención de mostrar al mundo que cualquiera que se atreviese a cuestionar la verdad oficial, la de la OMS, quedaría emparejado con un demente como Rutkowski.
En las próximas líneas voy a permitirme abandonar mi papel de narrador de la historia de los miembros del CTR para, simplemente, reproducir literalmente la entrevista que el veintiocho de febrero de 2022 tuvo lugar en los estudios de la isla de Manhattan propiedad de la NBCS. Si algún lector desea completar la transcripción con el visionado de las imágenes para divertirse asistiendo a los gestos de Allen cuando se vio acorralado, quizás puede buscar el vídeo íntegro colgado en YouTube. Pero mejor que se ande con prisa, ya que muy probablemente sea vetado y descatalogado en cualquier momento por algún verificador de verdad a sueldo de las élites.
Comienza hablando el presentador.
—Esta noche, para cerrar nuestro show, contamos con un invitado que los va a sorprender. Creo que se alegrarán si se van a la cama unos minutos más tarde y no se lo pierden. Sé que, si les nombro a Jacob E. Rutkowski, probablemente la gran mayoría no va a ubicar claramente de quién se trata. Les aclaro: el señor Rutkowski es un periodista especializado en la crítica literaria que acumula casi medio siglo reseñando libros en la conocida revista Publishers Monthly, donde se erige como toda una referencia. Especialmente célebres son sus ácidas reseñas cuando un libro, por mucho éxito comercial que tenga, se le atraviesa al Profesor, que así es como Rutkowski es conocido en el mundo editorial. Quizás alguien recuerda su polémica con Paulo Coelho, un episodio que acabó en los tribunales. En fin, tengo muy claro que se trata de un reportero con mucha personalidad. También es excéntrico, para qué vamos a decir lo contrario… En fin, lo hemos invitado esta noche para que nos hable de su nuevo y tremendamente polémico libro, titulado, agárrense, El Manifiesto Negacionista. ¡Uf! Mejor que nos lo cuente él mismo. Buenas noches, Profesor. Muchas gracias por acompañarnos; sabemos que está usted delicado de salud y por eso le agradecemos especialmente que haya atendido nuestra solicitud.
—Gracias a usted, señor presentador. Los años no pasan en balde para absolutamente nadie, ni siquiera para los inquilinos de la Casa Blanca, ¿no es cierto? Pero no se preocupe por mí, que yo sí estoy perfectamente en mis cabales.
—¿Está usted insinuando que el presidente Biden no lo está?
—No, Dios me libre. Ese señor está en plena forma, a la vista está. Y, ahora, hablemos de mi libro, si es usted tan amable. Que el tiempo vuela.
—Está usted en lo cierto. Señor Rutkowski, entiendo por el título de su libro que usted se declara negacionista. ¿Puedo saber en qué se basa para rechazar la inmunidad que le proporciona una vacuna en medio de una atroz pandemia como la que todos estamos padeciendo?
—Mire, señor presentador. Infiero que usted no ha leído, o bien no ha comprendido, el libro que he escrito a medias con mi compañero Emiliano Torrado. No estoy en contra de las vacunas; es más, podría decirse que soy un hincha de ellas. Tanto lo soy que cada día agradezco a Pasteur su legado. Lo que sucede es que yo estoy a favor de las vacunas que están contrastadas y que son eficientes. Y, sobre todo, estoy a favor de que cada ser humano pueda decidir qué se inocula o no en su propio cuerpo. Joven, ¿a usted le parece cosa propia de dementes el exigir mi derecho a que de mi piel para adentro mande únicamente yo?
—Gracias por lo de joven, Profesor. Verá usted, la situación actual es excepcional y, por tanto, exige medidas excepcionales. Hemos asistido a un macabro conteo de fallecimientos que se ha visto sensiblemente frenado cuando se ha aplicado de forma masiva la vacunación. Eso es un dato innegable, es una verdad científica. ¿No cree que no es el momento adecuado para formar un alboroto? Con todo respeto he de decirle que es una frivolidad y una falta de solidaridad social alentar a que la gente no se vacune.
—Estimado presentador, me habla usted de una verdad científica. Dicha verdad está vertida por la Organización Mundial de la Salud. ¿Sería usted tan amable de decirme a mí y a su millonaria audiencia quién dirige ese organismo y quién lo financia?
—No entiendo adónde desea llegar. Lo que pregunta no es relevante. Los fallecimientos están ahí y usted los está poniendo en duda…
—¡Alto ahí, joven! Entiendo que es usted un gran periodista, además de un animador. Y la obligación del periodista es aportar contexto a las noticias para que sean comprensibles. Responderé yo a la pregunta que le he formulado: el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus es el director general de la OMS desde 2017. Este señor perteneció activamente al Frente de Liberación Popular de Tigray, una militancia armada de ideología marxista. Repetiré por si no se me ha entendido: ideología mar-xis-ta. ¿Sabía usted esto, señor presentador? Seguro que sí. Pues bien, esta organización armada proporcionó millones de dólares en apoyo financiero para la candidatura de Tedros en la OMS. En su momento, como usted conoce, China comunicó públicamente que este señor Tedros era su candidato favorito. Señor presentador, ya sabe usted que la OMS sostiene que el origen de la pandemia es exactamente lo que expuso China: una mutación zoológica inesperada. Señor presentador, luego le diré quién financia la OMS; de momento quisiera preguntar si usted, como periodista, da por buena la versión del origen de una enfermedad que da una dictadura como es China…
—Yo no estoy aquí para ofrecer mi opinión personal, sino para hacer preguntas. Señor Rutkowski, ¿no es cierto que hace unos tres meses usted tuvo que ser ingresado en el hospital Jackson Memorial de Miami, donde se le diagnosticó una sobredosis de sustancias alucinógenas y un coma etílico después de haber participado en una fiesta clamorosamente ilegal?
—¡Ja, ja! ¿Ya se está poniendo nervioso y tiene que recurrir a estas medidas barriobajeras? La respuesta a su pregunta es sí. ¿Y qué? Si yo he sido consumidor de drogas, que lo he sido, ¿significa que por eso hay que creer a pies juntillas la versión de China en relación a la aparición del covid?, ¿y que la única manera posible de enfrentarla es la que diga la OMS? Vamos, señor presentador, le pido que tenga usted un poco más de nivel para tratar de dejarme como un enajenado.
La última parte de este discurso del Profesor ha de leerse en sus labios, ya que, desde la dirección del programa, viendo que aquello se estaba desviando del guion previsto, decidieron que la banda de música presente en el plató irrumpiera tocando unos improvisados acordes y, de paso, enmudeciera el micrófono del miembro del CTR, que en ningún momento fue consciente de que había sido cortado y casi sacado de plano. Emiliano, que lo estaba viendo desde la zona del público, se cagó literalmente en los muertos del realizador y fue inmediatamente expulsado del plató. Una señora que estaba sentada a su lado se solidarizó con el Profesor, o eso creía ella, y gritó algo así como que los americanos estaban siendo mangoneados por los chinos, que habían fabricado una enfermedad para joderlos. El resto de asistentes abroncó a la espontánea y se llegaron a cruzar algunos bolsazos. Diría, si no recuerdo mal, que también voló algún que otro salivazo. Una vez más, la seguridad privada de los estudios televisivos tuvo que emplearse a fondo para evitar que aquello se desmandase y tuviera eco en la retransmisión del programa. No obstante, al menos un par de adolescentes fueron rápidos a la hora de desenvainar sus teléfonos móviles y, mal que bien, hicieron sendas grabaciones domésticas de una escena bochornosa, que, un rato más tarde estaba siendo rebotada por las redes… y aplaudida por los rivales mediáticos de Allen.
Intisar, que se había quedado en DF, estaba en trance como quien celebra un gol de su equipo de fútbol favorito en el último suspiro de una final. Lo estaba pasando en grande y se sentía orgullosa de formar parte de esa panda de locos que en aquel momento estaba alcanzando un nivel de notoriedad inexistente hacía tan sólo unos minutos. Decidió servirse una copa de champán muy caro que precavidamente había encargado un par de días antes y que había puesto a refrescar en una cubitera cargada hasta arriba de nieve picada.
Alicia, que lo estaba viendo desde su domicilio particular en la localidad de El Puerto de Santa María a pesar del cambio horario, se relamía al comprobar que el lío estaba montado y que todo aquello sólo podría redundar en lo que ella deseaba: generar ruido y atención alrededor de El Manifiesto Negacionista. El libro de marras volvería a disponer de una oportunidad para generar un notable impacto comercial y su jefe tendría que aplaudir su habilidad en la gestión de medios. La tierna Sandrita, mientras, se tapaba los ojos no queriendo mirar de frente a su anciano amigo, su instructor desde hacía casi una década, montar un espectáculo ante una audiencia masiva. Estaba confundida y angustiada a partes iguales. Por su parte, Yoani había decidido que no quería abochornarse con su amigo y no había encendido el televisor en toda la velada.
Nos queda Martín para el repaso: el argentino se encontraba en el domicilio de su vecina la psiquiatra, con la que ya se podía afirmar que mantenía una relación sentimental estable. Estaban llevando a cabo algún que otro experimento erótico hasta que sonó la alarma y pararon para conectar la parabólica y disfrutar de la aparición estelar del Profesor con Johnny Allen. Así, en pelotas, haciendo manitas bajo las sábanas, se hacían arrumacos de celebración ante la flema que estaba mostrando su amigo y el derrumbe de un entrevistador legendario, en aquel momento crispado, que erróneamente había intuido que aquello iba a ser poco más que interpretar un papel estelar.
El productor del talk show se dio cuenta que silenciar al Profesor equivalía a darle la razón, de forma que rápidamente se corrigió a sí mismo y por vía interna dio instrucciones al presentador: «Mantén la calma, no ha pasado nada grave. Sonríe y no entres al trapo. Pregúntale algo genérico por su libro, sal por la tangente y cierra».
—Señor Rutkowski, por favor, le ruego que mantengamos la cordialidad. Ya sabe que estamos encantados de tenerlo esta noche con nosotros. Respetamos su criterio, aunque humildemente yo pueda pensar que es una salida de tono para llamar la atención y vender más ejemplares. ¿Quisiera referirnos qué propone usted en su libro? Tengo entendido que pretende montar un país para los negacionistas. Le ruego que sea breve.
—Joven, es usted quien ha mencionado mis adicciones… En fin, no se lo tendré en cuenta. Me pregunta usted por el libro, y yo le respondo: mire, un ciudadano tiene derecho a hacerse preguntas, a dudar. Nosotros dudamos de la versión oficial, porque nos llega de la mano de una dictadura horrible, la china, y de una alianza con las élites occidentales que controlan las grandes farmacéuticas y los medios de comunicación masivos. Por cierto, esas farmacéuticas son las que financian la OMS. Ejerza usted de periodista, señor presentador, y ate cabos. ¿No se da cuenta de que si admite que la OMS le coaccione a aceptar estas vacunas experimentales ya nunca más podrá tomar decisiones personales sobre su salud? Si ahora aceptamos la versión oficial como un rebaño, estaremos vendidos. Siempre seremos arcilla en sus manos. Es lo que desea la Agenda 2030, como usted bien sabe. Es por eso que nuestro libro versa sobre Filosofía Política: entendemos que, si nuestro Sistema nos ha traicionado, tenemos derecho a salirnos. Sin insultar a nadie, sin armar alboroto. Simplemente decimos que no cuenten con nosotros, como hicieron también los padres de nuestra patria negando la autoridad del Imperio Británico… ¿También ellos fueron negacionistas? Nosotros no deseamos hacer ninguna revolución armada; simplemente deseamos marchamos en paz.
—¿Y se puede saber dónde piensan montar ese simulacro de país que proponen?
—Le agradezco la pregunta, querido compañero. Nuestros abogados están trabajando en ello. Los interesados en unirse o apoyarnos financieramente tendrán toda la información relevante en nuestra página web oficial, www.paisnegacionista.com, siempre y cuando los censores del Sistema no la conviertan en inaccesible. Joven, usted no estará a favor de la censura, ¿verdad?
—En absoluto, en esta casa nos honramos de dar voz a todos los puntos de vista, aunque nos parezcan majaderías. Como es su caso, por cierto.
—¡Ah!, me alegra saberlo. Lo preguntaba porque en esta misma cadena se han calificado, y cito textualmente, como «desvariado» a Luc Montagnier, la celebridad científica que logró aislar el virus del sida y convertir así en tratable a una enfermedad que antes era mortal de necesidad. Ustedes lo denigraron de tal modo porque el señor Montagnier, por cierto, galardonado con un Premio Nobel, sostuvo que el covid es una enfermedad fabricada en un laboratorio. ¿Qué opina usted de eso, señor presentador?
—No sé de qué me habla, y he decirle que tampoco me agrada su tono inquisitorial. Lo único que me queda claro es que usted se niega a vacunarse y que prefiere poner así en peligro a sus familiares, a sus vecinos, a todo el mundo… Y, no conforme con eso, nos da lecciones de moralidad y nos insulta a los que sí estamos a la altura de las circunstancias de una pandemia, llamándonos borregos. Con actitudes egoístas como la suya, no alcanzaremos la inmunidad de grupo y no saldremos de este trance. Señor Rutkowski, me da pena de la confusión que reina en su cabeza. Le recomiendo que se serene y le deseo suerte con su nuevo libro. Buenas noches.
—No me despida todavía, joven. ¡Yo no pongo en peligro a nadie! Abandone el discurso del miedo que le han impuesto sus jefes. Lo digo aquí, en la Torre Rockefeller, propiedad de unas de las familias más elitistas y relacionadas con el Club Bilderberg, lo que no deja de tener su cierta gracia… Señor presentador, usted es muy inteligente: ¿de verdad es capaz de admitir la patraña de que la vacuna que usted ha metido en su cuerpo sólo funcionará como es debido si yo también me vacuno? ¿Por qué insisten en tratarnos a todos como tontos?
—Señor invitado, creo que ha quedado clara su postura. Usted no desea protegerse de una enfermedad que ha costado millones de muertos y de sufrimiento. Usa su frivolidad para tratar de comercializar un libro amarillista en contra de evidencias científicas. Y pretende arrastrar en su demencia a gente incauta en una iniciativa que no tiene ni pies ni cabeza. ¿Sabe una cosa? Pese a todo lo que he tenido que soportar esta noche, me alegro de que haya venido usted. Son gajes de mi oficio. Imagino que, después de escucharlo, nadie deseará seguir su mal ejemplo. Le deseo suerte en su proyecto de montar un país aparte del resto de una sociedad que sí sabe comportarse como es debido. Hágase un favor a sí mismo: manténgase más tiempo abstemio. Buenas noches.
—Buenas noches y gracias por demostrar que los medios masivos no son más que la voz de su amo.
Estas últimas palabras, una vez más, fueron silenciadas por la sintonía del programa y la cortinilla de despedida. El lío se había montado por todo lo alto. El Profesor salió del edificio casi llevado en volandas por un señor que trabajaba en la producción del show, que, por lo bajini, le susurró que se podía marchar satisfecho a su hotel, algo que no quedó claro si se trataba de un halago o de un reproche. Emiliano abandonó las instalaciones con los brazos en alto, como si se tratase de un púgil en tensión, prevenido para responder a una emboscada. Se sentía el rey de la jungla. Consideraba que, pese a los contratiempos para esgrimir con tranquilidad su punto de vista, se podía afirmar que Rutkowski había escapado bien del lance, casi hasta el punto de considerarlo vencedor de un duelo con uno de los tipos más hábiles en la dialéctica televisiva, como el legendario Johnny Allen, un enorme profesional con décadas de experiencia en la trinchera catódica.
Una cosa estaba clara: Alicia había interpretado su aparición en la televisión como un triunfo. Es lo que se puede traducir del mensaje telefónico que había mandado a Emiliano nada más finalizar el programa de marras: «Felicita al viejo. El muy hijoputa lo ha bordado. Tengo que reconocer que es el mejor a la hora de tocar los cojones. Mañana monto un vídeo con los momentos estelares y lo pongo en circulación, a ver si los puntos de venta y las distribuidoras dan bola a vuestro libro. Besos mil».
Tan sólo un día más tarde, el Profesor y su compadre estaban aterrizados en DF, donde se reunieron de inmediato con Intisar. La web oficial del PN estaba montada y operativa, el libro con el manifiesto fundacional se encontraba disponible para su venta, la gran bala de la aparición en un canal masivo de comunicación se había efectuado y Asquez estaba jugando sus cartas con el Gobierno de IS para tratar de alcanzar un punto de encuentro conveniente en la forma de pago para lograr la propiedad privada de Nusa Riro y suscribir un acuerdo marco para permitir la llegada de unos suministros mínimos a los futuros habitantes la isla y asegurarse de que, mientras no saliesen de su pequeño territorio, no iban a ser obligados a vacunarse de lo que no desearan. La contrapartida que ofrecía el Gobierno a la hora de aceptar ese escabroso punto que tan polémico les iba a resultar desde el punto de vista de las relaciones internacionales era que el PN pagase cada año una alta cantidad que, en teoría, serían impuestos que irían destinados proyectos benéficos en IS… aunque la realidad era que una buena parte debería ser destinada a las cuentas personales de los mandamases salomonenses en diversos paraísos fiscales. La clásica mordida.
Ahora tan sólo había que esperar a ver si se producía el impacto esperado y comenzaba a transformarse en un alud de ciudadanos deseosos de informarse del proyecto del PN, o de financiarlo, aunque fuera de una manera simbólica. Cualquier ayuda sería bien recibida. Intisar, por su parte y sin comunicarlo a sus amigos, había decidido contratar un equipo de seguridad privada, aparentemente antiguos miembros del Mosad (o así vendían sus servicios), para sentirse con las espaldas cubiertas en el caso de que la poderosa élite considerase una amenaza por posible contagio al pequeño proyecto en el que se habían embarcado. Por momentos, ella estaba comenzando a pensar que se había animado demasiado deprisa y que estaba quemando más pasta de lo que sería razonable. Quizás estaba desvariando.
Alicia cumplió su palabra y puso en marcha un bombardeo de vídeos y pantallazos de la cubierta de El Manifiesto Negacionista desde todas las redes sociales a las que tenía acceso el departamento de comunicación de su editorial. Tuvo la habilidad de incluir en cada aparición un mensaje por el que explícitamente su compañía declaraba que, si el contenido del libro derivaba en algún tipo de denuncia legal, la responsabilidad recaería en los firmantes de la obra. Esto era algo que había sido incluido en el contrato de manera expresa y que la gaditana había expuesto a sus amigos como innegociable para que su jefe diera autorizase la publicación de esa obra con un potencial tan polémico como imprevisible.
La NBCS decidió sabiamente no realizar comentario alguno sobre la aparición del Profesor y trató de acallar las vías de agua de un posible linchamiento por haber dado cabida en un programa estrella a todo un peligroso agitador, drogadicto habitual y negacionista de las vacunas. Según cuentan en diversos mentideros, a la productora que aceptó la propuesta de Alicia de entrevistar a Rutkowski se le cayó el pelo por no haber filtrado bien al invitado y haber colocado esa auténtica bomba de relojería en medio del plató de Allen. Sin embargo, la bola se había puesto en marcha y sí que se produjo un movimiento estimable que, de alguna manera, servía para calibrar cuántos ciudadanos en el mundo podrían comulgar con la tesis principal del PN, que no era otra que la idea de que la pandemia había sido programada para acelerar la Agenda 2030 e introducir a la Humanidad en un nuevo paradigma adornado con bellas palabras (inclusivas) y sugerentes propuestas, aunque en realidad se trataba de una dictadura del pensamiento y un robo de libertades individuales.
No tardó demasiado, un par de días a lo sumo, para que la web oficial del PN se viniera abajo y se convirtiera en inaccesible desde muchos países, sobre todo los más desarrollados. Sorprendentemente, de forma orgánica y espontánea, numerosos hackers anónimos a los que les iba la marcha decidieron echar una mano y derivar el canal a dominios alternativos, por lo que, mal que bien, se mantuvo en pie la capacidad de exposición. Quedaba por saberse si los posibles enemigos del proyecto tratarían simplemente de asfixiarlo y hacer que cayera en el olvido mediante los famosos verificadores de verdad en la red, o si darían un paso adelante y decidirían que no iban a consentir que unos moscardones absurdos les moviesen el chiringuito de su estructura de poder.
Por supuesto, el narrador de esta novela no tiene ni pajolera idea, porque jamás se ha codeado con las familias que realmente mueven el cotarro en el mundo, de forma que únicamente puede reflejar lo que ocurrió. Y lo que sucedió es que, sorprendentemente, al margen de lo ya expuesto, el proyecto del PN no recibió un ataque frontal por algo que podamos considerar como un poder oligárquico.
Obviamente, los medios masivos lo ningunearon o, como mucho, lo mencionaron muy de pasada desde el punto de vista de hacer una llamada de atención a cómo se puede desvariar tanto como para pretender que las vacunas no servían para curar el covid y apuntar que tal majadería era motivo para querer montar un país de correligionarios majaretas. Muchos reportajes retrataban al Profesor como un enganchado que había convencido a un par de incautos como camarilla y que no pasaba de haber sido un periodista cultural de medio pelo, particularmente friqui. Podemos decir que se trató de un linchamiento público centrado en la persona de Rutkowski. La conocida muerte civil.
Mientras tanto, la empresa de camisetas y tazas de Emiliano iba viento en popa y sí estaba siendo retroalimentada con toda la movida del programa de Allen. El Manifiesto Negacionista se vendía, sí, pero era considerado casi más como una obra de fantasía humorística que como una seria propuesta de fundamento político. Alicia hacía algunos números a duras penas; aquello tampoco cristalizaba en el best seller arrasador que ella había calibrado.
Se sucedían las semanas y parecía que aquello del PN no iba para delante, pero tampoco se caía. Ahí estaba, ganando adeptos, pero más de pose que de poner dinero, por lo que Asquez tuvo que comenzar a congelar las negociaciones con el Gobierno de IS, que exigía el pago de tres cuartas partes del montante de veinticinco millones dólares por adelantado antes de permitir que comenzasen a instalar los barracones donde viviría el medio centenar, quizás menos (no había lugar para más) de ciudadanos del teórico PN.
De momento, los impulsores tan sólo habían logrado reunir tres millones del presupuesto necesario, y todo era gracias a la aportación inicial de Intisar y a un adinerado anciano brasileño amigo del Profesor que, al parecer, gustaba de embarcarse en proyectos excéntricos. El acuerdo que exponía la web oficial del PN aclaraba que, si el 28 de febrero de 2023 no se había cerrado un acuerdo para el desembarco en Nusa Riro, el proyecto se daría por fallido y se devolvería el dinero a los mecenas que lo hubieran adelantado. Técnicamente se podría argüir que todo estaba en marcha, lo cual era cierto, pero no lo era menos que el chiringuito estaba cogido con alfileres y que en cualquier momento podía bailar una pieza y que el PN se quedase varado en tierra de nadie, sin posibilidad real de progresar ni crecer orgánicamente.
En esta situación de compás de espera, casi de confinamiento domiciliario de los tres del CTR que se encontraban en México pensando que se habían lanzado a una piscina sin agua, al Profesor le sobrevino un derrame cerebral. Muy grave. Definitivo en realidad. A mitad de marzo de 2022, concretamente el día 20, el cuerpo del veterano erudito Jacob E. Rutkowski dijo que hasta ahí había llegado, que no daba más. El Profesor sintió un mareo y se desvaneció en brazos de Emiliano, que, por suerte, se encontraba ese momento en el apartamento de su amigo tratando de poner en pie un nuevo plan de comunicación con la esperanza de recabar fondos para la constitución del PN. El mexicano, curioso en él, actuó como si de alguna manera hubiera previsto que el fatal episodio estuviera a punto de suceder. Mandó una nota de voz a Intisar, avisó a Emergencias del Hospital General Eduardo Liceaga y acomodó a su mentor en el sofá. Confirmó que todavía tenía pulso, aunque débil, y se preparó para ser útil a los enfermeros en cuanto escuchase por la ventana el sonido de las sirenas de la ambulancia.
El Profesor fue trasladado en cosa de escasos minutos. Se le permitió a su amigo acompañarlo hasta su ingreso hospitalario. Muy poco después apareció Intisar en las dependencias que daban acceso a la unidad de Cuidados Intensivos y fue informada por Emiliano: embolia y pronóstico más que incierto. Aquello tenía una pinta horrible, los médicos aseguraban que harían todo lo posible por salvarlo, pero que sus familiares o amigos estuvieran prevenidos para lo peor. Las próximas horas serían claves. En cualquier caso, aunque las superase, Rutkowski quedaría ingresado por una larga temporada y sería un milagro si lograba recuperar sus capacidades previas.
Entiendo que ustedes, queridos lectores, habrán tomado cierto cariño a muestro experimentado periodista, de forma que les ahorraré la tensión de la espera. Unas cuarenta horas después de su ingreso se certificó que el cuerpo ya no albergaba vida y, por tanto, se declaró oficialmente la defunción. El telón de esta encarnación había caído para el Profesor. Si su alma o cuerpo etérico había pasado o no a otro plano de existencia es algo de lo que no puedo, en calidad de narrador de la novela, mostrar prueba alguna, aunque intuyo que sí fue así. Había llegado su hora para marcharse. A todos, élites humanas incluidas, nos llegará ese mismo momento.
Sandrita, junto con el resto de miembros del Clan del Tequila reposado, fue informada de la defunción de su querido amigo. Desafiando todas las previsiones que cualquiera podría haber hecho, la portorriqueña se subió a un avión rumbo a DF y se plantó en el apartamento rentado por Intisar para asistir a la despedida del Profesor. El hecho de haberse sentido incómoda, distanciada y casi maltratada (verbalmente) con el viejo no le impidió que decidiese en un suspiro que ella quería honrar a su camarada en su funeral. Sandrita era todo corazón, una persona maravillosa.
La cosa tuvo lugar en el Panteón Monte Sinaí, más que apropiado para las raíces judías de Rutkowski. Al parecer, el viejo había previsto que le quedaba muy poco de vida y había acordado, hace ya un par de meses, un lugar en ese cementerio mediante una gestión que un tal Isaac (no recuerdo ahora el apellido) había llevado a cabo para que sus amigos no tuvieran que acarrear con los altos costes de la repatriación del cadáver. Todo estaba ya pagado, como vociferan los clientes rumbosos cuando entran en una taberna repleta de paisanos. El único requisito que había exigido el Profesor fue que no lo metieran en una caja: deseaba fundirse con el mantillo lo antes posible y ser devorado por los gusanos de tierra, su especie animal favorita.
Intisar y Emiliano se encontraban paralizados: su gurú se había borrado y sentían una honda sensación de orfandad. Literalmente podemos resumir que no tenían idea alguna de cómo proseguir con la propuesta del PN. Sandrita, que debía marcharse de vuelta a su casa el día siguiente, después de contratar una misa católica para rezar por el alma de su difunto amigo, los animó a que recapacitasen y dieran marcha atrás en su descabezada pretensión de dar un revolcón a la legalidad internacional. «Habéis tenido vuestro momento de puesta en escena, no diré de enajenación para que nadie se moleste… pero tengo claro que lo vuestro no tiene mucho más recorrido. Si queréis consolaros, quizás habéis logrado acercar unas cuentas conciencias para el librepensamiento, como os gusta reivindicar, pero, como vuestra amiga, os sugiero que utilicéis vuestro dinero, el de la herencia de Intisar y el de la tienda de Emiliano, en un objetivo factible. He visto lo bien que os lleváis, tengo claro que existe algo más que cariño de hermanos entre vosotros. ¿Por qué no os dais una oportunidad y reconducís vuestras vidas para formar una familia? El Profesor, tras lo de Allen, había asumido casi unilateralmente la exposición pública de vuestro proyecto. Si echáis marcha atrás, en un par de semanas todo estará olvidado y no vais a tener problemas con nadie. Sabéis que tengo razón, no me pongáis caritas…».
Los dos interpelados cruzaron sus miradas. En su fuero interno entendían que la tesis de Sandrita no estaba mal tirada, pero rajarse tan pronto tampoco les hacía demasiada ilusión para la consideración de héroes que habían comenzado a tener de sí mismos. La solución a este dilema vino por una doble vía: de un lado, el tal Isaac comunicó con Emiliano y le hizo saber que era el albacea de una carta que el Profesor le había hecho llegar hacía unas semanas con el contenido de su última voluntad; de otro, algunos medios de comunicación estadounidenses publicaron la noticia de que el invitado negacionista que había formado un escándalo en el programa de la NBCS había fallecido… ¡por covid! y que sus últimas palabras, dirigidas al sanitario que lo atendía, fueron para arrepentirse por no haber aceptado la vacunación.